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PARAGUAY | DESIGUALES; SEBASTIAN ACHA

Noticiero Demócrata Cristiano |

“No hay que tener envidia a los que los tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.” Don Quijote de la Mancha. 

Obra de virtudes nos ha dejado Cervantes que bien le han llevado a ser el indiscutible padre de la literatura en lengua castellana. 

Es que el Quijote, no relata solo la historia de un soñador, sino que encarna las de un soñador. Y un soñador forja siempre cambios a su alrededor que tarde o temprano se ven en la sociedad. 

El exhorto del Quijote a la renuncia a la envidia es un apego a la virtud, ya que esta uno no la hereda sino que la construye. Por el contrario, el desprecio a ellas haría que una sociedad fracase totalmente. 

Supongamos una sociedad igualitaria donde la desigualdad no exista (en absoluto). ¿Quiénes serían las personas apreciadas en dicha sociedad? En esta sociedad libre donde personas que apenas llegan a fin de mes trabajando incansablemente y pueden, a duras penas, pagar una entrada para ver a sus ídolos futbolísticos nos plantea la pregunta sobre qué motiva a los primeros a semejante esfuerzo. 

A mi criterio, la respuesta es bastante sencilla: el talento que hace diferente (desiguales) a los jugadores de un plantel de primera división. Por eso van a alentar desaforadamente sin pensar ni desear castigos para esos 22 jugadores en la cancha donde quien menos ingresos tiene mensualmente, cuadruplica el promedio de los espectadores del derby deportivo. 

Entonces, ¿porque si fuera la desigualdad la madre de los vicios, no esperan con piedras y palos sino con papeles y bolígrafos para pedir autógrafos a sus ídolos los humildes mortales que van a ver un espectáculo? Porque intrínsecamente, el ser humano tiende a establecer un punto de tensión entre envidiar o admirar la virtud ajena. 

Vamos al caso de las colonias menonitas del Chaco donde sus habitantes tienen un ingreso per capita anual varias veces superior a la media del país. ¿Por qué hay un ambiente de desarrollo que no se ve empañado —aún— por manifestaciones en contra de la desigualdad tremenda que existe entre quienes poseen y no? Pues porque el problema no es la desigualdad sino la falta de oportunidades. Donde la economía — consecuencia del arduo y denodado trabajo — florece, las posibilidades de una ocupación digna y bien remunerada se multiplican. Al igual que al finalizar un partido, hay demasiado poca gente tirando piedras a quienes más tienen mientras que abundan bolígrafos para firmar contratos de trabajo. 

¿Por qué este contraste con el resto del país? Creemos que en primer lugar porque seguimos creyendo que la desigualdad es un problema que el Estado va a resolver. 

En el ejemplo que hablaba del fútbol, supongamos que siguiendo la tesis de quienes reclaman el rol igualador del estado su hijo quiere ser futbolista y por lo tanto el Ministerio de Deportes invierte en él cientos de millones de guaraníes para que llegue a su meta de jugar en primera. ¿Se convertirá en Haedo, Santacruz o Cardozo por la acción del Estado? Tomando como respuesta — para que sea justa — mi ejemplo personal, creo que podrían haber invertido en mí la mitad del presupuesto general de los último 30 años y jamás podría haber jugado como lo hacen esos tres cracks del fútbol paraguayo. 

Tampoco en lo económico. El estado no genera riquezas. En el Chaco la riqueza la generan los colonos y la gente que trabaja con ellos hace 80 años en forma ininterrumpida. No hay secretos. La palabra “éxito” está antes que “trabajo” solo en el diccionario. 

Y esta afirmación la conocen y comparten tanto Nelson Haedo que desde su humilde San Joaquin conquistó el fútbol alemán como los nietos y bisnietos de los colonos menonitas que huyendo de la revolución de octubre llegaron al Paraguay y en el lugar más inhóspito del país se levantan como hace 80 años a construir una sociedad más próspera donde para ingresar a integrarla solo se necesita una cosa: trabajar para superarse a uno mismo. 

Para quienes aún dudan si la envidia o la admiración debe movernos ante esta realidad, les sugiero opten por lo segundo. Si esperan al Estado para esto, háganlo sentados. Éste nunca lo logrará.