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COSTA RICA | EL SOCIAL CRISTIANISMO FUNDA EN VALORES EL CAMINO HACIA EL FUTURO: MIGUEL ANGEL RODRIGUEZ

Noticiero Demócrata Cristiano |

La pandemia de COVID-19 atacó un mundo frágil. La tecnocracia pretendió imperar al fin de la historia cuando cayó el Muro de Berlín. Se vistió con una coraza de soberbia creyéndose poseedora de todas las soluciones.

Terminó la guerra fría. El mundo aceleró su desarrollo tecnológico. Disminuyó vertiginosamente la pobreza y se dieron avances extraordinarios en educación, derechos de las mujeres, respeto a las minorías, disminución de la mortalidad infantil y aumento en la expectativa de vida. Se multiplicaron las democracias. A pesar de las numerosas guerras que sangran la tierra, vivimos la época con menos violencia bélica.

Pero a la vuelta de la esquina la historia y la naturaleza humana mostraron sus complejidades y con la Gran Recesión surgió el descontento. El aprecio por la democracia cae año con año, la globalización y las instituciones internacionales pierden adeptos, los ciudadanos desconfían de las élites a las que consideran indiferentes a su bienestar, los valores se desvalorizan, la cultura se banaliza, impera el espectáculo y no la sustancia. Se menosprecia la política y a los políticos. De la antipolítica surgen los populismos de derecha y de izquierda que carcomen el Estado de derecho, violan los derechos humanos y engatusan a los ciudadanos. A pesar del desembocado cambio en infocomunicación, inteligencia artificial, internet de las cosas, predominan las paparruchadas, o fake news como ahora se las conoce, y las falsedades se difunden y prenden más que las verdades. Vivimos en la posverdad, ya ni los hechos son objetivos. Las emociones se imponen antes que el debate racional. La envidia, el odio, el rencor son más fuertes que la admiración, el amor y la amistad. Las naciones y su acción internacional se muestran incapaces de enfrentar los grandes retos del calentamiento global, del armamentismo y los arsenales nucleares, del cambio tecnológico y la posibilidad de que se concentre en algunas personas la capacidad de determinar nuestras acciones, de la pobreza de naciones rezagadas y de familias que sufren la miseria en medio de la opulencia en países ricos y de ingresos medios. Y como lo demuestra este nuevo coronavirus, tampoco están preparadas para detener frontalmente las pandemias.

La pandemia que sufre el mundo desnudó nuestra ignorancia y puso al descubierto la vaciedad de nuestra arrogancia. Eliminó los vestigios de seguridad en nuestras capacidades que quedaban como residuos de la tecnocracia. Torna patente la futilidad de nuestro conocimiento y la inmensidad de nuestra ignorancia. Surge el miedo y aumenta la incertidumbre que, si no son detenidos por un valladar de fe y esperanza en un mejor mañana, pueden desencadenar violencia destructiva como ocurrió entre las dos guerras mundiales del siglo XX.

Sin duda la más apremiante necesidad actual es enfrentar este virus y defender la vida y la salud de todos, así como atender las necesidades básicas de las familias empobrecidas por la enfermedad y por las políticas de distanciamiento social requeridas para evitar un colapso de los sistemas de salud. A la vez, los gobiernos están llamados a actuar de manera que las medidas de mitigación actual tengan el menor costo posible para la reactivación posterior a la pandemia.

Pero es también preciso desde ya prepararnos para el mundo que debe surgir superada esta emergencia de salud.

Y creemos que el humanismo cristiano esta llamado —una vez más— a alumbrar con nuestros valores y principios un despertar de bienestar fraterno. El papa Francisco con Fratelli Tutti nos reafirma la urgencia de que resurja la fraternidad.

No se trata de menospreciar los grandes avances de la creatividad humana, de la cuarta revolución industrial, de los aportes de la innovación basada en ciencia y tecnología, de la infocomunicación, de las nuevas posibilidades de intercambio social.

Se trata de encauzar la organización social y las políticas públicas con valores que rescaten la centralidad de la dignidad, la libertad, los derechos naturales de cada persona. Para recuperar la confianza en nuestra capacidad de progresar en justicia debemos centrar la acción política en la dignidad de hombres y mujeres.

Pueden ser diferentes los motivos por los que demos central importancia a todas y a cada persona. Puede ser una visión basada en la introspección de la naturaleza humana y la vida en sociedad. Puede ser una construcción ética fundamentada en la capacidad de escoger. Puede ser una elaboración sustentada en la gradual y espontánea evolución social y la sobrevivencia de las instituciones humanas exitosas. O bien puede ser la fe trascendente en un Creador amoroso que nos creó a su imagen.

Con indiferencia del origen de su fundamentación conceptual, el humanismo cristiano nos une en valorar las instituciones y las políticas públicas según sus consecuencias para las personas, y en atribuir a toda persona una dignidad inviolable.

Para enrumbarnos después del covid-19 se requiere humanizar la tecnocracia, para que los valores de la dignidad de toda persona y el bien común enmarquen las fuerzas de la creatividad y las políticas públicas. Para que la consideración sobre mi bien incluya el bien del otro, de todo otro.

Hoy más que ayer, y mañana más que hoy, América Latina necesita partidos moderados, partidos tolerantes, de centro, que admitan la humana posibilidad de estar equivocados, y la necesidad permanente de estar en diálogo creativo con quienes opinen de una manera diferente. Guiarnos por los valores del humanismo cristiano no significa creernos dueños de la verdad sino saber que por nuestra ignorancia debemos enmarcar nuestras acciones en valores que nos guíen, y estar abiertos siempre a la discusión inteligente, al diálogo constructivo. Como nos dice Frattelli Tutti, a la amistad social.

Por ello, el renacer después del covid-19 demanda ideologías abiertas, humildes, receptivas, pero comprometidas con los principios de la dignidad y libertad de toda persona y en permanente búsqueda del bien común de las generaciones actuales y futuras, lo que nos obliga a vivir en paz y armonía con la naturaleza.

Dignidad humana y bien común nos comprometen a someter nuestra acción política a la fraternidad, a la subsidiariedad y el respeto a la comunidad, a luchar siempre por mejorar porque la vida en sociedad es perfectible, a la vigencia de la democracia y el Estado de derecho, a tratar siempre de hacer buen uso de los limitados recursos con respeto a los intereses legítimos de las generaciones presentes y futuras.

Otro valor que debe encauzar nuestra acción es la búsqueda responsable de eficacia y eficiencia. Eficacia porque los objetivos de la acción política deben ser alcanzables y alcanzados. Eficiencia porque la limitación de los conocimientos, del tiempo y de los recursos nos obliga a que los gobiernos saquen el mejor fruto de ellos.

El conocimiento no solo es limitado, sino que también está distribuido entre todos, e incluso en buena parte es inarticulado y no trasmitible más que por su puesta en práctica. Por ello, para el progreso se requiere que operen mercados eficientes que propicien la innovación y la productividad. De allí la ventaja de la subsidiariedad, la descentralización y la participación.

Para lograrlo, nuestras acciones políticas deben ser evaluadas y debemos de ellas rendir cuentas.

Para rescatar lo mejor de la construcción social alcanzada antes de la pandemia y en el Gran Reinicio construir una sociedad más justa, que elimine la pobreza y abra oportunidades de superación personal y familiar, los partidos del humanismo cristiano conscientes de las limitaciones de nuestra naturaleza, y por ello humildes pero llenos de esperanza en las extraordinarias capacidades de las personas, debemos con moderación buscar equilibrios.

Equilibrio entre libertad y solidaridad, entre innovación y oportunidades, entre justicia social y eficiencia económica, entre mercado y Estado, entre derechos individuales y valores de vida y familia, entre producción y conservación, entre gobierno y comunidad, entre seguridad ciudadana y justicia incluida la rehabilitación de quien ha delinquido, entre las tradiciones locales que nos dan arraigo y pertenencia y la consciencia de nuestra responsabilidad global.

Ya antes del covid-19 las falencias de la tecnocracia señalaban la necesidad de profundas y difíciles transformaciones. Las condiciones posteriores a la pandemia hacen mayor la urgencia de los cambios.

Pero vivimos hoy y heredaremos mañana un mundo en el que predominan emociones negativas y no racionalidad crítica ni fraternidad. ¡Qué difícil tener éxito buscando equilibrio, buscando moderación, buscando el centro, buscando racionalidad y someternos a valores inconmovibles, cuando las pasiones que imperan alientan los extremismos!

Por eso, si siempre el debate y los acuerdos son más constructivos que las confrontaciones arrogantes, ahora será aún más necesario buscar el diálogo y la unidad. El humanismo cristiano debe resurgir con una posición abierta para escuchar y no solo vociferar nuestras verdades, recordando que siempre, aunque no logremos todo lo que queremos, de acuerdos libremente concertados podemos todos sacar ventaja.

Hoy más que ayer necesitamos partidos del humanismo cristiano con ideologías abiertas, que estén permanentemente en diálogo con los demás, humildes.

Un humanismo cristiano respetuoso de nuestros valores, moderado, humilde, en diálogo con los demás es respuesta necesaria. Pero no es suficiente.

Hoy cansados de la tecnocracia, los ciudadanos ven a los dirigentes políticos como personas solo interesadas en sus propios intereses, a menudo corruptos, desinteresados de las vivencias de sus conciudadanos, afanados a lo más en la persecución de fantasmas ideológicos desapegados de la cotidianeidad.

La fría tecnocracia notrasmite compromisode los políticos con los problemas y angustias de los ciudadanos. Los valores abstractos y la racionalidad no conmueven. La generalizada desconfianza hace que se demande trasparencia que es necesaria, pero a la vez se fortalezcan la envidia y el resentimiento.

Para ser exitoso en construir una mejor sociedad después de la pandemia, el humanismo cristiano debe recuperar la confianza en la política y los políticos, debe acercar las elites a los ciudadanos. Debe hacer que se aprecie como verdadero el dictum del papa Pío XII de que «después del sacerdocio la política es la profesión más sublime».

¿Cómo lograrlo?

De escuchar, de oír, de entender a los ciudadanos debemos aprender un nuevo lenguaje, y una narrativa, que nos permitan abrir los oídos, las mentes, las voluntades y los corazones de las personas del siglo XXI, de los milenios y las generaciones aún más jóvenes que están alejadas de la participación política. Así podremos rescatar el aprecio por los valores fundamentales y los procedimientos que hacen justa y civilizada la vida en sociedad.

Además de convencer de las ventajas de guiarnos por nuestros valores fundamentales, con moderación y humildad, construyendo racionalmente en diálogo participativo respuestas a nuestros problemas, requerimos recuperar la relación armónica entre ciudadanos y dirigentes políticos. Necesitamos ser más inteligentes y más apasionados que quienes abusan de la confianza y la credibilidad de las personas, con posiciones maniqueas, fáciles de comunicar, que logran fortalecer las hogueras del populismo pero que luego achicharran el bienestar de los ciudadanos. Para recuperar la relación de confianza entre ciudadanos y dirigentes políticos, los dirigentes políticos del humanismo cristiano debemos convertirnos en verdaderos apóstoles de nuestros ideales y el apostolado no es de palabra, es de vida. No se convence solo con la palabra, se convence con el ejemplo, con las acciones. Hoy necesitamos integridad en nuestras vidas, radicalidad en nuestro compromiso social y autenticidad en nuestras acciones.

La historia nos enseña que usualmente las personas comunes y corrientes son más sensatas, oyen mejor al sentido común, son más prácticas y funcionales que políticos e intelectuales. Sus reacciones suelen ser decentes y movidas por la razón. Debemos con humildad oírlas y restablecer la relación de entendimiento, cooperación y solidaridad entre el pueblo y los políticos del humanismo cristiano.

Es nuestra la responsabilidad

Una enorme responsabilidad porque pasada la pandemia deberemos no solo retomar el camino del progreso, y hacerlo de modo que sea un progreso compartido por todos, sino que deberemos a la vez resolver los desafíos de:
  • la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías, que concentran poder e ingreso y debilitan el poder distributivo del pago directo al trabajo;
  • del calentamiento global;
  • de la amenaza de nuevas epidemias;
  • del resurgir de los nacionalismos y el debilitamiento de la globalización y la institucionalidad internacional;
  • del peligro nuclear;
  • de reestructurar los mercados para que sean eficientes en nuevas circunstancias;
  • de reinventar los gobiernos.

Ese es el gran reto del humanismo cristiano. Y debemos cumplirlo con una visión moderna y modesta de nuestros conocimientos y habilidades.

Tenemos los valores, la moderación y la racionalidad. Pero necesitamos trasmitir pasión. Pasión por nuestros valores. Pasión por la dignidad, la fraternidad, el bien común. Pasión. Sí, pasión por la moderación y el diálogo humilde. Pasión que solo podremos trasmitir los políticos humanistas cristianos si empezamos por mirarnos a nosotros mismos, nos convertimos y somos auténticos apóstoles de nuestros ideales.

Los partidos del humanismo cristiano cumpliremos ese reto y seremos la solución constructiva posterior a esta pandemia si cumplimos las palabras del recordado político mexicano del humanismo cristiano, Carlos Castillo Peraza:

El partido debe ser instrumento de la sociedad y no de los miembros del partido. En la oposición o en el gobierno, los partidos políticos, los gobiernos, los Estados somos instrumentos de la sociedad para que esta sea más y mejor sociedad.