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NICARAGUA | MENSAJE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE NICARAGUA PARA LA CUARESMA 2015

Editor Noticiero DC |

A nuestros Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, agentes de pastoral, pueblo católico, hermanos en la fe cristiana, nicaragüenses, hombres y mujeres de buena voluntad:

«Somos siervos de ustedes por Jesús» (2 Cor 4,5)

1. Con la gozosa conciencia de haber sido llamados por Dios a servir en el nombre de Jesús y conscientes de nuestra responsabilidad como pastores de la Iglesia, deseamos compartir con ustedes en este tiempo de Cuaresma algunas reflexiones que brotan de la fe: «creemos, por eso hablamos» (2 Cor 4,13), y son fruto de nuestra respuesta al amor del Señor, pues «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 4,14).

2. La Cuaresma es un tiempo de gracia para acoger el amor de Dios revelado en Cristo. Es un itinerario espiritual, personal y comunitario, para que el «amor acogido» se vuelva «amor donado» a los demás. La experiencia de ser amados por Dios es el primer paso para no excluir a los demás. Por eso la Cuaresma es para cada creyente y para cada comunidad cristiana un tiempo privilegiado para redescubrir la fuerza de «la fe que actúa a través del amor» (Gal 5,6). Es también un momento oportuno para renunciar a los ídolos que esclavizan nuestro corazón, entenebrecen nuestra mente y debilitan nuestra voluntad para buscar el bien de los demás.
«El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado» (Mc 2,27)
3. En una controversia con algunos grupos religiosos de la época que se escandalizaban de que los discípulos de Jesús arrancaran en día sábado espigas de los campos por donde pasaban, Jesús justifica la actuación de sus discípulos debido al hambre que tenían, enseñando así que toda estructura o normativa, incluso la más sagrada, debe comprenderse y vivirse en función del bien de la persona humana (cf. Mc 2,23-28). Para Jesús lo que cuenta es la persona: «El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado» (Mc 2,27). A los ojos de Dios no tiene valor una práctica religiosa indiferente y separada de las necesidades del ser humano, ni tienen sentido instituciones o estructuras que no respeten y promuevan la libertad y la dignidad de la persona humana.

«Cerrar los ojos ante el prójimo, nos convierte en ciegos ante Dios» (Deus caritas est, 16)
4. Jesús coloca a la persona humana en el centro del proyecto de Dios y de toda la actuación humana, personal y social. No podemos ser crueles, ni rígidos con los demás, ni mucho menos indiferentes ante sus necesidades y sufrimientos. El Papa nos ha recordado en su Mensaje de Cuaresma de este año cuál es la raíz de tantos males que deshumanizan nuestro corazón e imposibilitan la convivencia social: «Nos olvidamos de los demás, algo que Dios Padre no hace jamás. No nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen». La indiferencia y el egoísmo nos cierran el camino a la fe: «cerrar los ojos ante el prójimo, nos convierte en ciegos ante Dios» (Deus caritas est, 16). Al contrario, la práctica de la caridad eficaz y de la justicia verdadera es el más seguro camino para la experiencia de Dios: «El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro con Dios hasta el punto que quien no ama al hermano “camina en las tinieblas” (1 Jn 2,11)» (Evangelii Gaudium, 272).
5. No debemos olvidar que cada persona «es digna de nuestra entrega», que «merece nuestro cariño (…) y que alcanzamos la plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres» (Evangelii Gaudium, 274). Recobremos el gozo de acercarnos a los demás, abramos los ojos para reconocer la dignidad de cada persona, perdonémonos mutuamente, compartamos lo que somos y lo que tenemos con todos, especialmente con quienes son más pobres y más sufren, comprometámonos a hacer más felices a todas las personas. Deberíamos andar por la vida preguntando, como Jesús, a cada persona: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,51). Una prueba de que hemos entrado en la dinámica del Reino de Dios está en que buscamos el bien de los demás, sin esperar nada a cambio, «como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad» (Evangelii Gaudium, 269).

La centralidad de la persona humana en la vida social
6. El Concilio Vaticano II recordó la centralidad de la persona humana en la vida social: «El orden social (…) debe siempre derivar hacia el bien de las personas, ya que la ordenación de las cosas está sometido al orden de las personas y no al revés» (Gaudium et Spes, 26). Actualmente percibimos con preocupación que en nuestro país vamos perdiendo poco a poco el sentido de las personas y estamos permitiendo que por el desinterés y las ambiciones desmedidas, por intereses egoístas y mezquinos o por miedo, la realidad social se nos está yendo de las manos. Hay que prestar atención a muchos problemas, a tanto sufrimiento e injusticia, a través de diálogos francos y transparentes, aportando soluciones y comprometiéndonos a favor del bien común.
7. Es preocupante la indiferencia en que gran parte de nuestra sociedad ha caído frente a los graves problemas sociales y políticos del país; se ha generalizado un modo de hacer política en el que parece contar poco la cercanía al pueblo, el interés por resolver sus problemas reales y tomar en cuenta sus expectativas y opiniones; es grave también que la práctica política del país siga dominada por el olvido del bien común, la ambición, el autoritarismo, la ilegalidad y sobre todo por la corrupción, un gravísimo pecado, «que al final lo pagan los pobres» (Francisco, Homilía del 16.6.14); es alarmante también la poca sensibilidad de quienes gobiernan y de la sociedad en general ante la protesta y el dolor de tantas personas, entre ellos, ancianos, obreros, mujeres, jóvenes y campesinos, quienes claman justicia ante la violación de sus derechos. Es preocupante la presencia de grupos armados, no oficialmente identificados, en zonas rurales del país, a quienes no podemos ignorar ni desestimar. Nos estamos acostumbrando a actos de represión y de violencia criminal con claros matices de terrorismo, que han enlutado y puesto en zozobra a muchas familias y comunidades de zonas rurales, los cuales han quedado en una alarmante impunidad debido a que la Policía y el Ejército, cuya presencia muchas veces más bien crea pánico e inquietud entre la población, no han sabido dar una explicación aceptable de los hechos. Toda esta realidad debe llamarnos a la conversión del corazón, a nivel personal y social. Hay que volver a Dios, acogiendo el Evangelio de Cristo. Debemos superar el egoísmo y la indiferencia, redescubrir la fuerza del amor, llorar con quien llora y vencer al mal a fuerza de bien (cf. Rom 12,15.21).

Los grandes proyectos deben estar al servicio de la persona humana
8. Como pastores de la Iglesia vemos siempre con satisfacción acciones humanas realizadas en beneficio de la sociedad, incluidos los mega proyectos tecnológicos que impliquen la transformación razonable de la naturaleza y tendientes a superar el empobrecimiento de la población y el desarrollo del país. «Los esfuerzos realizados por el ser humano a lo largo de los siglos para mejorar su condición de vida, responden a la voluntad de Dios» (Gaudium et Spes, 34), que lo ha creado para conservar y transformar el mundo (Cf. Gen 1,26-27) y para que «lo gobernara con santidad y justicia» (Sab 9,13). Los cristianos «lejos de contraponer al poder de Dios, las conquistas humanas, como si fueran rival del Creador, están persuadidos de que las victorias de la humanidad son señal de la grandeza de Dios y fruto de sus inefables designios» (Gaudium et Spes, 34).
9. En nuestro país se pretende actualmente realizar un gigantesco proyecto tecnológico, que si quiere alcanzar el fin que asegura pretender conseguir, debe realizarse con un profundo sentido de responsabilidad de quienes lo promueven, primero ante Dios y ante la propia conciencia, pero también ante los pobres, ante las generaciones futuras y ante toda la humanidad (cf. Caritas in veritate, 48). Si este mega proyecto que afectará tan radicalmente la convivencia humana y el ambiente natural del país, quiere ser una verdadera obra de progreso a favor del bien común de Nicaragua, debe llevarse a cabo con visión de nación, con fundamento científico y perspectiva de desarrollo sostenible.
10. No entramos aquí en toda la problemática de tipo constitucional, jurídica, y tecnológica de tal proyecto, pues «la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer» (Centesimus Annus, 43) y no pretende tampoco «de ninguna manera mezclarse con la política de los Estados» (Populorum Progessio, 13). Nos preocupa ciertamente la dimensión ecológica de este proyecto. Compartimos plenamente la convicción del Papa Francisco, quien desde el primer día de su ministerio invitó a los responsables de las naciones a que fueran «custodios de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del medio ambiente» (Homilía de inicio de pontificado, 19.03.13), y ha enseñado que «uno de los desafíos más grandes de nuestra época es convertirnos a un desarrollo que sepa respetar la creación» (Discurso al mundo laboral y de la industria, Universidad de Molise, 5.07.14). Sin embargo queremos manifestar como pastores sobre todo nuestra preocupación por la gente, por el pueblo, por nuestras comunidades.
11. Nos preocupa el pueblo, los campesinos pobres y los medianos productores de la zona afectada por este proyecto, quienes viven con zozobra e incertidumbre de cara al futuro: no tienen certeza de que recibirán el precio justo por sus tierras; saben que pueden ser víctimas de desplazamientos forzosos; no saben adónde irán, pues no se conoce un plan de ordenamiento territorial que les asegure una organización laboral y social digna; sufrirán un radical desarraigo cultural y económico del mundo rural y laboral en que han vivido y perciben muy pocos y escasos beneficios para ellos. No dejamos de manifestar también nuestra preocupación pastoral a causa de la situación cultural y religiosa que puede crearse a causa de este mega proyecto en la zona afectada y en todo el país: el impacto debido a la presencia masiva de personas ajenas a nuestra cultura, historia, tradiciones y convicciones religiosas; las crisis y rupturas que se pueden presentar en tantas familias debido a los desplazamientos; los traumas psicológicos que este proyecto ya está causando debido al temor y a la incertidumbre en ancianos, niños y jóvenes; la determinación firme de la población afectada a defender sus territorios y la soberanía nacional, a cualquier costo, lo que podría desatar indeseados conflictos armados; etc.
12. Este proyecto sería un bien para el país sólo a condición de que se hagan serios y profundos estudios científicos que aseguren la factibilidad de la obra a nivel ecológico y económico, que se actúe con la debida transparencia y legalidad, que se ofrezca la suficiente información verídica a la población, que se promuevan debates abiertos con diferentes sectores sociales y científicos y, sobre todo, que se respete el derecho y la dignidad de las poblaciones más directamente afectadas. Esto exige racionalidad científica e integridad moral, mucho diálogo y total transparencia; pero sobre todo recta conciencia y espíritu de caridad. «El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y políticos que sientan fuertemente en su conciencia el llamado al bien común» (Caritas in veritate, 71). Requiere sobre todo poner a la persona humana en el centro de todo. No hay que olvidar que no basta progresar desde el punto de vista económico y tecnológico. Hay que tener presente que la riqueza puede crecer en términos absolutos y hacer que aumenten las desigualdades sociales. La misma historia enseña que salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona necesariamente la problemática compleja de la promoción del ser humano, que puede, no sólo volver a ser víctima de antiguas formas de explotación, sino de nuevas formas de crecimiento económico injusto, marcado por desviaciones y desequilibrios a causa de intereses geopolíticos y corporativos, que no se interesan ni por el derecho ni por la dignidad de las personas y de las comunidades (cf. Caritas in veritate, 22-23).

«No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24)
13. Para Jesús la riqueza, el dinero, la ganancia económica es un amo, un ídolo auténtico que puede apartar al ser humano del único Señor, que es Dios. La excesiva preocupación por la riqueza nos deshumaniza, al volvernos esclavos de la ambición y del deseo de tener siempre más; nos convierte en idólatras que ponemos nuestras seguridades en lo que no es Dios y propicia fuertemente la indiferencia ante las necesidades de los demás. En esta Cuaresma deberíamos todos ponernos en un camino de liberación del corazón frente a la tentación de poseer y acumular, para poder tener –como nos ha pedido el Papa en su Mensaje de este año– un «corazón que se deje impregnar por el Espíritu y se deje guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas; un corazón pobre, que conoce su propias pobrezas y lo da todo por el otro».
14. Para poder superar la globalización de la indiferencia debemos liberarnos del dominio que ejerce la riqueza sobre cada quien y sobre la sociedad. El Papa Francisco define la esclavitud del dinero como «la negación de la primacía del ser humano». (Evangelii Gaudium, 55). Volvernos a Dios exige renunciar al ídolo del dinero y volvernos con misericordia hacia los pobres, hacia los que menos tienen, hacia aquellos por quienes nadie se interesa y por quienes nadie habla. En este sentido el Papa Francisco ha citado unas célebres palabras de San Juan Crisóstomo: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (Evangelii Gaudium, 57). Una de las tentaciones a vencer en esta Cuaresma en Nicaragua es la de dejar de ser simples «espectadores de la realidad», viviendo esclavos de la consigna «sálvese quien pueda» y siendo cómplices de la «globalización de la indiferencia». Cada quien debe hacer el esfuerzo por recobrar la capacidad de interesarse por los otros, por quienes conviven más cerca de nosotros, en la familia y en los lugares de trabajo, y por esa inmensa cantidad de ancianos, niños, enfermos, hombres y mujeres empobrecidos o privados de libertad, que pueblan nuestra sociedad y a quienes debemos acercarnos con misericordia y ternura volviéndonos sus «prójimos» (cf. Lc 10,29-37).
15. No es que los bienes de este mundo, el dinero o la riqueza sean realidades negativas en sí mismas. Se vuelven ídolos mortíferos cuando se vuelven contra el ser humano y lo esclavizan, lo destruyen y lo hacen agente de injusticia. La idolatría del dinero está a la raíz de las ambiciones desmedidas de poder y de las desigualdades económicas, la evasión fiscal, el servilismo, el «cáncer social» de la corrupción (Evangelii Gaudium, 60), la compra y venta de conciencias, etc. Cuando la riqueza reina en nuestro corazón nos hace además insensibles ante las necesidades de las grandes mayorías empobrecidas. Sin embargo, siempre será una exigencia evangélica de primer orden la preocupación privilegiada por los pobres, preferidos por Jesús (cf. Mt 25,31-46), no sólo como promoción o asistencialismo, sino como «atención amante», como «inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual buscar efectivamente su bien» (Evangelii Gaudium, 200). La Cuaresma es un tiempo propicio para educar el corazón y el espíritu en la libertad interior y la renuncia al ídolo de la riqueza.
16. A nivel social y político se debe superar la mentalidad que concibe al Estado como un organismo administrativo cuyo objetivo principal es la de facilitar el bienestar de los mercados financieros y el crecimiento del gran capital. Esta mentalidad hace que «se instaure una tiranía invisible (…), que impone, de forma unilateral e implacable sus leyes y reglas» (Evangelii Gaudium, 57). En este ordenamiento social y político las personas y sobre todo los pobres son algo secundario. Desde esta perspectiva la economía de mercado se vuelve el sistema normativo e institucional que rige la vida de toda la población. El Papa Francisco ha comparado este fetichismo de la riqueza y esta dictadura de una economía sin rostro y sin un verdadero objeto humano con la adoración del antiguo becerro de oro (cf. Evangelii Gaudium, 55).
17. No es la gente, la organización social, la democracia, las leyes laborales, la educación, las instituciones estatales y los proyectos gubernamentales, etc., quienes deben doblegarse ante el crecimiento económico y la producción de capital, sino al revés. «¡El dinero debe servir y no gobernar!» (Evangelii Gaudium, 58). No se debe olvidar que «el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el ser humano, la persona en su integridad, pues es él el centro y el fin de toda la vida económica y social» (Caritas in veritate, 25). El crecimiento económico, considerado en sí mismo, liberado de toda ética y de todo compromiso por la justicia y por los pobres, por la institucionalidad democrática y por la paz, no logra por sí mismo mayor inclusión social o equidad en el mundo. Cuando la riqueza se vuelve un dios, cuando hay personas y grupos que se aferran al poder por ansias de riqueza, cuando la situación política se acepta sumisamente y no se cuestiona aunque sea injusta, simplemente porque facilita la economía de mercado y el acumular dinero, cuando «los excluidos siguen esperando» (Evangelii Gaudium, 54), la sociedad se corrompe y se deshumaniza. Entonces, «casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Evangelii Gaudium, 54).

Conclusión
18. Vivamos esta Cuaresma como un camino de liberación interior para ser capaces de amar con generosidad y eficacia, con misericordia y ternura, para poder superar la tentación de la indiferencia y del egoísmo ante el dolor ajeno. Para ello tenemos que abrirnos al amor y a la gracia de Dios. Jesús nos ha enseñado que sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Hay que orar incesantemente, personal y comunitariamente, día a día, como nos enseñó Jesús (Lc 18,1). En la oración acogeremos el don del amor de Dios, para comprometernos a vivir según el Evangelio con  lafuerza de «la fe que actúa a través del amor» (Gal 5,6), convirtiéndonos así en «islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia» (Mensaje de Francisco para la Cuaresma 2015). De modo especial invitamos a todas nuestras comunidades a participar con la oración los días 13 y 14 de marzo en la iniciativa del Papa Francisco: «24 horas para el Señor». Que María Virgen, la Inmaculada Concepción, Madre de Nicaragua, nos acompañe con su intercesión y su protección maternal en nuestro camino hacia la Pascua.

8 de marzo de 2015
III Domingo de Cuaresma