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En una de sus magistrales charlas en la plataforma TED, Sir Ken Robinson hizo una apuesta a su audiencia. Dijo: “Si ustedes tienen dos hijos o más, apuesto a que son completamente diferentes entre sí. ¿No es así?…” Ante la irónica mirada del magistral orador, el auditorio estalló en aplausos ante una evidencia que pocas veces nos detenemos a pensar: no es ninguna sorpresa saber que ningún par de hermanos son idénticos. Ni siquiera parecidos muchas veces.
“Hay tres principios sobre los cuales la vida humana prospera…” manifiesta claramente Robinson durante esa memorable ocasión “…El primero es que, los seres humanos son naturalmente diferentes y diversos; (…) El segundo principio que determina la prosperidad de la humanidad es la curiosidad; (…) Y el tercer principio es este: la vida humana es inherentemente creativa…”.
Hoy no quiero hacer mención sobre los sistemas educativos, tema que ya he abordado en artículos anteriores, sino en la esencia del ser humano que se deja ver sin complejos en la transparencia de la niñez: somos diferentes, curiosos y creativos.
Luego nos pasan muchas cosas en la vida. Y lo primero que nos pasa por encima es el sistema educativo… “No hay una escuela que sea mejor que la calidad de sus maestros” diría Ken Robinson en la misma charla. Pero más allá de ello es que empieza el derrotero de nuestros problemas en nuestra realización personal.
A alguien se le ocurrió que todos debemos ser iguales, aprender las mismas materias con el mismo ímpetu y evaluarnos solo por el resultado de los estándares internacionales. Lo cual es absolutamente necesario, vale agregar —para que no me traten de irresponsable—, pero absolutamente insuficiente.
Con este pensamiento de la necesidad de igualdad crecemos y nos desarrollamos olvidando la curiosidad que teníamos cuando alguien nos dijo que “aquello no valía la pena”. Y simplemente dejamos de buscar. Al fin y al cabo, tenemos que apuntar hacia donde apunta la mayoría.
El Estado tratará de paliar las situaciones de “desigualdad” intentando dar a todos las mismas oportunidades. Pero, un momento… No todos queremos esas mismas oportunidades. No importa, ya alguien más pensó por nosotros. Se imponen las oportunidades en un menú delicioso que recibe el nombre de “derechos”. No importa cuáles sean. No los conocemos.
No hemos llegado al nivel de creatividad porque el papá Estado intentará sacarnos de nuestro rezago apuntalando nuestras necesidades. Y lo hará a través de unos pillos intermediarios que llegarán a nuestras casas prometiendo cosas que deberíamos haber obtenido gracias a nuestra creatividad.
Es que debemos replantear totalmente nuestro sistema educativo dentro de la escuela y desde nuestras casas para comprender que somos diversos y únicos. Que cada uno tiene habilidades especiales que puede hacer florecer si nos limitamos a atrevernos.
Pensar que la desigualdad es mala en sí misma es una error generacional que no nos ayuda a encontrar autoestima y creatividad para solucionar por nosotros mismos nuestros grandes desafíos.
¿El problema es la escuela? Sí, seguro. Una parte. Pero también la forma en que “educamos” con nuestro ejemplo. En plena pandemia y con medidas de restricción ¿no podemos evitar aglomeraciones en fiestas sociales? ¿No podemos respetar las señales de tránsito cuando nuestros niños viajan con nosotros? ¿Podemos hablar sin decir malas palabras y agradeciendo a quienes nos rodean y ayudan?
"Si dos personas piensan igual en todo, puedo asegurar que una de ellas piensa por las dos” concluía claramente Sigmund Freud. El desafío no es fácil, pero está muy lejos de ser imposible: encontrar nuestra propia convicción. Nuestro tiempo en este mundo es demasiado corto para tener que vivir la vida de alguien más. Eso es empezar a morir.