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OPINION | DE MUROS Y BARRERAS: SEBASTIAN GRUNDBERGER, PARA DIALOGO POLITICO

Noticiero Demócrata Cristiano |

«Por lo que sé… inmediatamente». Con estas palabras improvisadas, un día como hoy hace 31 años, un alto oficial de la (mal) llamada República Democrática Alemana (RDA) abrió la ventana de la historia. Su respuesta a la pregunta de un periodista sobre la entrada en vigor de un nuevo régimen de viajes al extranjero para los ciudadanos de la RDA desató una ola humana imparable. Miles de ciudadanos se dirigieron esa misma noche a los puestos fronterizos en el Muro de Berlín, cuyos guardias desbordados terminaron por levantar las barreras, abriendo así los candados de la Cortina de Hierro. El muro, que había separado alemanes de alemanes durante más de 28 años, se convirtió en escenario de fiesta. Mujeres y hombres del este y oeste se fusionaron en un abrazo colectivo, de júbilo, de euforia, de democracia. Empuñando martillos, hicieron las primeras grietas en ese monstruo de concreto, del cual el líder de la RDA, Erich Honecker, había dicho solo unos meses atrás que duraría «50 o 100 años más». Fue el triunfo del anhelo de libertad de un pueblo entero, de la justicia, de la ciudadanía. Una noche monumental que quedará grabada en la memoria colectiva de Alemania y del mundo entero.

El triunfo del 9 de noviembre de 1989 fue, ante todo, mérito de los ciudadanos de Alemania del Este, quienes, desafiando a la policía secreta, la temida Stasi, se manifestaban masivamente todos los lunes bajo el lema «Nosotros somos el pueblo». Decenas de miles se reunían en vigilias de oración y protesta en la iglesia de San Nicolás, en la ciudad de Leipzig. Juntos lograron derrotar a una dictadura comunista, en la cual un partido único, el Partido Socialista Unido de Alemania, encerraba, encarcelaba y torturaba a sus compatriotas. Vencieron a un Estado totalitario que espiaba a muchos de sus ciudadanos día y noche, registrando minuciosamente cuándo se levantaban, sobre qué conversaban y a quiénes amaban. Derrocaron un régimen que asesinó a cientos de personas cuando intentaban, por tierra, aire y mar, escapar del «paraíso socialista», en numerosas ocasiones incluso en vehículos de fabricación propia. Y tumbaron a un gobierno cuya economía planificada fracasó tan rotundamente que el ciudadano medio, que no formaba parte de la nomenclatura comunista, debía esperar entre 10 y 15 años para comprar un automóvil. Hoy, la memoria de la RDA y de su fin están presentes en la vida de los alemanes gracias a los muchos e impresionantes lugares de la memoria. Como sabiamente decía Helmut Kohl, el canciller de la unidad: «Un pueblo que no conoce su historia no puede comprender el presente ni construir el futuro».

Como Fundación Konrad Adenauer, el 9 de noviembre de 1989 se ha convertido en parte de nuestro ADN. Es una fecha para reivindicar nuestra misión de promover democracias resilientes, vibrantes e inclusivas, y con instituciones fuertes capaces de canalizar las demandas ciudadanas. Esta tarea cobra aún más importancia en vista de los nuevos desafíos que comparten Europa y América Latina, mas allá del contexto de la pandemia global. Necesitamos encontrar respuestas comunes a las amenazas del populismo, del surgimiento de nuevos autoritarismos y al cuestionamiento de un sistema internacional basado en la cooperación, el libre comercio y el multilateralismo. Pero especialmente necesitamos hacernos cargo de la creciente polarización en nuestras sociedades y del recrudecimiento del lenguaje político en muchas esferas, incluyendo la virtual. Necesitamos hacer frente a fuerzas que buscan discordia y desestabilización, impidiendo generar consensos.

El 9 de noviembre del 1989 nos deja el ejemplo de todo aquello que es posible cuando un pueblo se une pacíficamente en torno a un reclamo justo. Dejemos que este logro nos inspire para derrumbar las barreras que impiden la unidad de los demócratas y el trabajo por el bien común en nuestras sociedades.